domingo, 27 de abril de 2014

Reflexiones delante de un cuaderno

Disfrutar la música, o cualquier otra forma de expresión artística, es sin duda, un auténtico placer... el cerebro copula con los sentidos, rozando la parte más sensible y vulnerable del ser humano, la mente.
Se convierte en una expresión de libertad, una muestra más de que estamos vivos y de que hay algo que nos mueve, nos une y nos acerca al desconocido, al extraño... a nosotros mismos.
La música se apodera del tiempo, sumiéndonos en un maravilloso caos de sensaciones.

Una canción es un puzzle de piezas únicas, que sólo combinan y encajan si la mente que la crea se escapa por momentos de la realidad. Un puzzle de 3 piezas que en conjunto pueden resultar una auténtica maravilla o la mayor mierda jamás compuesta. Estas tres piezas, los tres pilares clave son: armonía, tiempo y letra.
 
A la hora de escribir una canción me surgen dos dudas que rondan por el aire y deben ser capturadas y metidas en jaulas de melodías cuidadas: "¿qué cuento?" y "¿cómo lo cuento?".
Muchas veces no se sabe que se quiere decir ni a donde se quiere llegar; como el político en busca de votos que quiere que sus discursos vacíos suenen convincentes, pero es tan sumamente inútil que no tiene idea de como expresarse, así que recurre al fiel escriba (a menudo igual de inútil) que trabaja duro para paliar su incompetencia verbal y mental.

El amor es, sin duda, el tema más recurrente en la música, puesto que es algo que todos hemos padecido en algún momento de nuestras vidas. Sin embargo, a la hora de escribir he optado por salir de la rutina amorosa y sólo hacerlo cuando la ocasión lo merezca. 

Me gusta hablar de lo cotidiano, de lo que ocurre en la calle, en las casas, en los trabajos, de los problemas reales a los que nos enfrentamos, de nuestros deseos, nuestros miedos, hablar de la parte más cruda de la realidad.

Como dice un buen amigo, antes que músicos somos personas y como persona hablo, como persona escribo y como persona canto.

M

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