Recuerdo con ternura aquellas tardes en las que mi madre me encomendaba a mi abuela, a la mujer que enciende el sol cada mañana. Por aquel entonces la droga de los niños era el bocadillo de nocilla y el zumo de piña, que sorbíamos hasta encoger el cartón. Yo sí que recuerdo una infancia de rodillas peladas, de costras en señal de victoria, de cigarros entre 15. Pero llegó el boom tecnológico y cambiamos la peonza por la tablet y la nocilla por el red bull. En los parques solo defecan los perros y los abuelos juegan a la petanca, pero niños, los niños no quedan en el parque, los niños tienen cita con la televisión, la maravillosa televisión, fuente incansable de cultura, la educación está pasada de moda.
M
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